mardi 11 avril 2023

Educación: la gran encrucijada

 


Astrid Flórez Quesada[1]

El triunfo de Gustavo Petro marca un viraje en el  poder de decisión del electorado sobre los destinos del país. Los votos que le dieron la diferencia ganadora fueron adjudicados a un millón de jóvenes[i] que salieron a votar, la fuerza de las mujeres y el crecimiento del electorado en el Pacífico y el Suroccidente colombiano[ii].

Los protagonistas de este cambio electoral lo fueron también durante el estallido social del año pasado en el que estuvieron en juego diversas visiones sobre la sociedad movilizados desde abajo por sectores populares organizados y no organizados, con altas dosis de espontaneísmo y saturación ante la crisis social y económica agravada por la pandemia.

Además, el mapa de electores a favor del proyecto del Pacto Histórico coincidió con los territorios que mayoritariamente le dieron el sí al Acuerdo de Paz en el plebiscito de 2016, pero que fue negado por la mayoría de colombianos por cuenta del entrampamiento de décadas de violencia y manipulaciones mediáticas.  

Con Petro en la silla presidencial, los vientos de cambio han revelado el duro rechazo de los grupos de poder a una transformación parcial o sustancial de la desigualdad o del modelo económico porque -según argumentan- las decisiones tomadas favorecen el desarrollo vía crecimiento económico, único camino para contar con los recursos suficientes que permiten distribuir la riqueza.

Lo que tenemos en juego es la reconstrucción de la bitácora (la Constitución) de un gran buque sin Capitán durante los últimos cuatro años pero que ha sido comandado por los turistas de primera clase. Algunos pensarían que si una parte de la tripulación y los pasajeros deciden tomar de nuevo el control del barco, es preciso cuidarse de los amotinamientos, las vías de hecho o de los timonazos bruscos que pudieran reducir antes que mejorar las probabilidades de llegar a buen puerto.

Un eje crucial de la reconstrucción del rumbo es la educación. Si partimos de tres de los ejes centrales discutidos por los movimientos sociales, el gobierno de Petro tendrá que avanzar en resolver de manera concreta la dualidad consagrada en la Constitución Nacional que concibe la educación como un derecho y como un servicio. Esta dualidad se expresa en la materialización de los derechos y la evaluación de las políticas públicas para tal fin, que pueden estar ajustados al modelo de las 4 A: asequibilidad (disponibilidad), accesibilidad, adaptabilidad y aceptabilidad. Lo fundamental se halla en si cada una de estas aristas se sigue leyendo en clave de fortalecer el mercado desregulado o la materialización de proyectos educativos alternativos en clave de participación decisoria de las comunidades desde sus territorios.

El segundo eje se refiere a la financiación de la educación, debate que se ha centrado en la reforma a la ley 30, el subsidio a la demanda y el manejo crediticio por medio del Icetex para garantizar accesibilidad al sistema. Si bien el gobierno Duque como respuesta al estallido social pretendió desmovilizar buena parte de las demandas de la juventud estableciendo una medida de gratuidad en las matrículas universitarias, dejó de lado apuestas claras para subsanar la desfinanciación estratégica del sistema público. La gratuidad de la educación pública es un campo mucho más amplio que los programas de matrícula cero en el que el Gobierno Petro deberá demostrar el cambio real en la orientación de las líneas crediticias institucionales y en romper la creencia generalizada de que para obtener educación de calidad se debe pagar un alto precio.

Ante la gravedad de la crisis del sistema educativo Petro ha reiterado la necesidad de contar con educación superior pública, gratuita y universal. En febrero de 2018 propuso elevar el presupuesto de 3.6 a 14  billones en cinco años. Su programa de gobierno actual supedita la financiación al logro de una reforma tributaria, en medio de un proceso de construcción de mayorías en el Congreso, que todavía está por demostrar su eficacia para darle luz verde a las transformaciones planteadas para el “cambio histórico”.

El tercer eje se refiere a la democratización de la educación, discusión que hoy atraviesa dos procesos claves: el primero, el acceso efectivo de los jóvenes en edad de ingresar a la educación superior, mejorar las tasas de graduación y de inserción laboral en un mercado cambiante, desindustrializado y orientado a la venta de servicios. El segundo tiene que ver con las estructuras de gobierno universitario en donde el control gubernamental de los consejos superiores universitarios ha estado dominado por el neoliberalismo y las tecnocracias antes que por las propuestas y realidades de las y los jóvenes y sus comunidades. En estas instancias, tanto las élites nacionales como regionales han desconocido los saberes de las comunidades educativas, los aprendizajes de las transformaciones sociales luego de la firma del Acuerdo de Paz y anclado sus redes clientelares. En este marco, el fortalecimiento del Sistema Universitario Estatal representaría un cambio importante en el enfoque.

A modo de cierre, un cuarto eje será el de la calidad de la educación en su apuesta por construir una sociedad del conocimiento. Siempre que siga orientado hacia el desarrollo pleno de las fuerzas productivas desde la perspectiva del avance del capitalismo, como lo señaló Petro en su discurso público la noche de elecciones, el modelo seguirá girando en torno al neoliberalismo. Distanciarse de esta senda será el gran reto. ¡Gobernará y veremos!



[1] Docente de planta del Programa de ciencia política de la Universidad Surcolombiana, politóloga y magister en Desarrollo, ambiente y sociedades.

 



[i] Entrevista a Gustavo Petro en la revista Cambio, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=LBblLjrBCP0&t=82s

[ii] De acuerdo con Milanese y Albarracín en su artículo “¿De dónde salieron los votos de Petro…y los de Hernández?” en la página web Razón Pública el 19 de junio de 2022.

mardi 12 décembre 2017

La golondrina que (no) hace verano  


Acabo de salir de ayudar a delimitar los problemas de investigación de 18 estudiantes aunque el recinto ardiera a mares de fuego provocado por los 32°C y la falta de aire acondicionado. Hace cuatro años cuando dicté la primera vez en esta casa de estudios las sillas reposaban entre camiones sin poderse entregar por alguna firma perdida entre papeles. “La cosa habrá de mejorar” pensé para mis adentros, antes de saber que el camino de la investigación de la región surcolombiana me traería a instalarme en las tierras del Guacacallo (nombre indio del Río Magdalena).

Oronda con mi nuevo triunfo laboral pronto comprendí que mi “privilegiada” -aunque todavía  temporal- posición era un baúl de alto valor simbólico no solo en la región sino en las actuales condiciones de esclavismo laboral en que muchos se desenvuelven.  Debidamente nombrada en el think tank opita recibí la respectiva carga académica y administrativa cuya sobredosis de comités me fue dosificada en porciones no letales gracias a la gentileza y el espíritu de cuerpo del equipo que me antecedía y acompaña en el departamento. No tuve que mostrar mucho los colmillos y dejé aflorar mi lado “dulce” para entender el nuevo sistema en que me insertaba.

Antes de que se hiciera formal recibí muchas felicitaciones y expresiones de afecto de miembros de la comunidad universitaria, los cuales me animaron sobre manera, siendo plenamente consciente de las precariedades que entraña una universidad pública regional en un país periférico.

No sé a cuántos he visto llenárseles la boca de agua al decir que soy la nueva “coordinadora de investigación” de “ciencias políticas” mientras me voy enterando que no puedo investigar por falta de proyectos y de financiación para tal fin, pero  que sí cuento con unas estructuras y procedimientos claramente establecidos con excelentes docentes en formación, experiencia y, sobretodo, con buena voluntad para sobrevivir al asedio estratégico de Colciencias a las ciencias sociales.

Que “ahora sí” se va a fortalecer el programa como si contara con una Meca de recursos bibliográficos, oportunidades de bienestar, intercambio y todas esas otras cosas que dizque conducen a la acreditación de alta calidad.

Que ahora sí “el programa despega” porque se contrataron los docentes “necesarios” en las “áreas sensibles del desarrollo del país” como si no viera los diez o más años que muchos de mis colegas docentes y administrativos llevan en provisionalidad con renovaciones de contrato que ahí, al garete y por la buena mano de Dios, se logran cada tres meses.

Que “ya se va solucionando el problema” y la nueva administración hace todo lo que puede o lo que la recién aprobada estampilla no cubre.

Que “menos mal” llegó la docente de planta (la única) para asesorar a los 250 y pico de estudiantes que recorren el pasillo a diario esperando aprender qué es la política.

Y esto, señores, es la política: una tensión permanente entre las fuerzas del cambio y las de la conservación de las formas más absurdas de la injusticia en la asimetría de poderes. Un perfecto olvido de la carne humana que tiene que investigar (y enseñar a investigar) luchando contra el calor infame del sauna gratuito de los salones mientras se juzga (y excluye) la casa de estudios con los más altos estándares de los “know how” y “good wills” del norte. Se trata de la imposición del destino y del más brutal control biopolítico. Es la anulación del diálogo y del movimiento que disputa los sentidos del actuar colectivo para obedecer a los mandatos públicos  tomados por la tentación de los poderes privados que lo asaltan. Es la política que paraliza y mata lentamente con el formato, la carta, la queja y miles de estrategias más el espíritu de cambio que hace unos años se cantaba en el himno de la U. Surcolombiana. Es el contraste entre el estudiante que parte en unos meses a Berlín o a China a aprender alemán o  sobre patentes y la mujer indigente que habita bajo el puente por el que paso cada noche  camino a casa. Es la vista de las torres del Oriente de Neiva que esconde a sus espaldas los asentamientos llenos de casas cimentadas en llantas viejas y desplazados rebuscándose la vida montaña abajo.

Así no señores, así no. Esa política no se aprende en la universidad sino en la calle; en la plaza pública; en la componenda del contratico; en la lechona y el aguardientico de la jornada electoral; en el abrazo solidario a la señora que barre y plancha en su casa y que esta mañana no tenía desayuno en la mesa para los hijos. Se aprende en la vida real, de la cual no está exenta la universidad.

Una golondrina no hace verano, claro que no. Nunca me creí el cuento como tampoco lo creo mientras escribo estas líneas.

Si me ha costado trabajo entender estas tierras surcolombianas no es solo por la trasegada búsqueda de esos que llaman “mamertos” y cuyos códigos bien conozco, en contraste con los que ignoro de esos 18 y más estudiantes que hoy soportaron el sauna-clase sin chistar palabra, como si fueran dueños de una capacidad de aislamiento y abstracción digna de un Buda y que yo no termino de entender.

¡Bienvenida a la universidad pública profesora!”, me dijo uno desde el rincón oscuro que alumbrábamos no sé cómo con la luz de mi computador y la del videobeam (porque los bombillos no servían).  Yo me formé en la universidad pública querido y de no ser por eso no escribiría estas letras. Quizá mucho antes habría buscado otro rumbo diferente al de producir saber en y desde la región. Esa utopía que cada rato quiero dejar de lado para volverme a mi casa, mi frío y mis montañas, todas llenas del centralismo y del colonialismo por el que me vine huyendo a la “provincia”. 

Me alienta a seguir dando esta pelea (interna y contra el mundo) la posibilidad de construir un país distinto desde cada espacio político pedagógico que, tomado o concedido, me abra puertas o preguntas. Y aunque me las cierre. Me alienta la opción de delimitar más problemas de investigación para entender las realidades que me rodean; me alienta construir saberes in-SUR-Gentes al decir de un colega; el encontrar la vida de los estudiantes cuando se hacen preguntas sobre sus propias vidas; el rehacerme mujer investigadora cada día; el pensar que la ciencia política que hacemos sirve para cambiar las políticas que nos matan y que la ciencia algo de humana tiene.

Poco me importa si los estudiantes eligen entre una ciencia política aséptica, cuadriculada y positivista o esta versión que reconoce el sesgo de su quehacer y andar, que intenta recuperar los referentes éticos más allá del mercado y del sufrimiento de la carne. Que cada uno elija la clase de política que quiera aprender y practicar, siempre y cuando esa no sea la daga que nos condena a vivir del mismo modo pasivo en que nos mata. La precariedad social no puede seguir siendo una excusa para la precariedad intelectual.

Astrid Flórez
Neiva, 12 de septiembre de 2016.
A la expectativa del largo mes en que nos prometieron se arreglaría el problema de la electricidad en la U. Surcolombiana.


mardi 1 décembre 2009